La sutileza de aceptar un beso
En cuanto Liesel Meminger escuchó las palabras de Rudy, no pudo evitar rodar los ojos.
Dichas palabras se escapaban de los sonrosados labios del rubio con una ligereza y comodidad, como si hubiera practicado vomitarlas una docena de veces. Las flexiones de su labio inferior estaban casi tatuadas en la mente de Liesel. Y así como las atolondradas palabras de ‘¿Qué tal un beso, Saumensch?’ lograban que el corazón de Liesel se acelerara vergonzosamente; el rechazo hacía que el ego de Rudy se anclara al suelo.
Es 1939, en una Alemania Nazi. El país entero tiene la respiración contenida. Y el dilema de dos almas adolescentes es un beso.
—No, Arschloch, no.
Su cansina voz opacó la verdadera y positiva respuesta.
***FOTOGRAFIA DE RUDY ANTE EL MONSTRUO DEL RECHAZO: ***
Pecas de lodo salpicaban su rostro. Su
pequeña y patética corbata daba las doce en punto.
Su cabello color limón apuntaba a diferentes direcciones con porfía.
Vestía una pequeña y triste sonrisa.
Un par de metros los separaba; un par de metros y una incomodidad áspera.
Rudy era un paradigma de la incertidumbre. Era casi imposible descifrar cuánto más empujaría el hecho de besar a Liesel, o si lo seguiría haciendo. Y eso, aterraba a Liesel.
En un abrir y cerrar de ojos, en una fría mañana en la Himmel Strasse, Rudy dejaría de reclamar el patético beso.
Sí, eso aterraba a Liesel.
—Algún día, Saumensch—susurró Rudy.
Los ojos de su amiga brillaron y su estómago bailoteó.
—Saukerl—rió Liesel—. Si accediera, no tendrías los pantalones para hacerlo.
Algo golpeó dentro de Rudy, y por poco lo mandó de bruces.
Algo llamado verdad.
Había pasado tantas tardes ideando maneras de convencer a Liesel, y ninguna para aprender a besar.
—Por supuesto que sí—se burló con nerviosismo.
***NOTA MENTAL DE RUDY:***
Aprender a besar en cuanto llegara a casa.
Mientras caminaban hacia la casa donde Puño de Hierro la esperaba, Rudy se entretuvo contando las manzanas robadas. Liesel arrastró sus lodosos zapatos mientras rebuscaba en recónditos pasillos de su mente.
—Lo dudo—cantó Liesel tras un largo momento. Las palabras se escaparon pausada y claramente, desafiando.
—¿El qué?
—El que puedas besarme, qué más.
Rudy se encontraba desnudo de palabras.
Tomó una reluciente y aparentemente deliciosa manzana y se la lanzó a su amiga.
Sus orbes azules se ensancharon ante su inmadura reacción.
Liesel estalló en risas y echó su cabeza para atrás, haciendo que su cabello rubio se desparramara sobre su espalda. Lo sabía.
—Ya sabía que no podrías, Saukerl.
La fracción de segundo que le tomó a Rudy para asimilar la situación en la que se encontraba, hizo que el Jesse Owens que habitaba en él saliera a la superficie y tomara una bocada de aire.
Dio dos pasos a su derecha hasta chocar con el codo de Liesel. La tomó del hombro.
Sus nervios comenzaron a retorcerse.
Sus labios se unieron con los de Liesel de un solo golpe.
Su mente estalló en mil pedazos.
Se alejó de ella antes de que el reloj diera el segundo.
Liesel voló junto con su hermano muerto y regresó junto a Rudy en un instante. Su corazón galopaba como si hubiera corrido una maratón, y los rubios vellos de su nuca se erizaron.
—¿Eso fue lo mejor, Saukerl?—preguntó con sorna, luego de que su mente volviera a su lugar y sus pies se habituaran a la tierra—. Fue como besar a una pared.
No hubo respuesta.
Un ego herido se retorció en el suelo.
—¿Es así como agradeces, asquerosa Saumensch?
—No, Rudy, es así como acepto a que me beses —sacó su lengua y sus miradas se engancharon—, pero te lo advierto, Arschloch, aprende a hacerlo.
Rudy mordió su labio hasta llegar a casa.
Las puntas de sus dedos apretaron su pantalón hasta adormecerse.
La autosuficiente sonrisa del rostro de Rudy no se borró.
***TRES SECRETOS QUE TE SACARÁN UNA SONRISA :***
1. A Liesel le gustó. Le gustó bastante.
2. Liesel robaría el carmín de Mama en cuanto tuviera oportunidad.
3. Rudy Steiner besó su almohada toda la noche.