Fotografía de la escena:

Pergamino arrugado, pluma alargada y desgastada, tinta azul bañando la punta de mis dedos, y palabras, palabras volando por doquier.


jueves, 10 de diciembre de 2009

La octava maravilla: ser madre

Para mi madre
Cuando el reloj da la última campanada del día, marcando la medianoche, la madre se despierta y corre a arropar a su hija. Cuando el reloj anuncia la mitad de la mañana, la madre piensa – radiante de alegría – en las travesuras que debe estar haciendo su hija, en las tonterías que debe estar versando.
Una sonríe, la otra carcajea.
Una solloza, la otra llora.
Una grita, la otra explota.
Una se echa a la cama, la otra bosteza.
No se sabe dónde empieza una y dónde termina la otra.
Una hija de anteojos azules le lanza una almohada púrpura a su madre, con una mueca de enojo en su rostro; la madre le devuelve la almohada con más fuerza, pero con los extremos de la boca alzados en una sonrisa tácita.
Ambas están disparatadamente dementes. Pero eso es lo que las hace tan especiales. Tan inseparables, tan incondicionales.
Son dos pétalos, anclados al centro amarillento, luchando hasta el final para permanecer juntos.
Así son madre e hija; separarlas sería jugarle una pasada a la naturaleza y fallar patéticamente. Sería desafiar las leyes de la gravedad, cuestionar el orden del universo, sería buscarle un comienzo a un círculo.
El manual de cómo ser mamá se perdió desde antes que la cigüeña rompiera su cascarón, y eso es lo que hace más difícil la labor.
Cada madre debe ingeniárselas para llevar en sus hombros el regalo que le dejó la cigüeña, empañárselas para no entrar en pánico cuando la caja de la responsabilidad llegue por correo.
Se pelean, se adoran, se gritan, se abrazan, se empujan, se llenan las mejillas de besos.
La relación que tienen podrá ser extraña, incomprensible y sin pantalones, pero es tan gruesa que ni la tijera más filosa podría cortarla en dos.
Ser mamá es romperse los talones persiguiendo a la hija para ponerle el suéter.
Ser mamá es una maravilla.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Escena perdida de la Ladrona de Libros

La sutileza de aceptar un beso

En cuanto Liesel Meminger escuchó las palabras de Rudy, no pudo evitar rodar los ojos.
Dichas palabras se escapaban de los sonrosados labios del rubio con una ligereza y comodidad, como si hubiera practicado vomitarlas una docena de veces. Las flexiones de su labio inferior estaban casi tatuadas en la mente de Liesel. Y así como las atolondradas palabras de ‘¿Qué tal un beso, Saumensch?’ lograban que el corazón de Liesel se acelerara vergonzosamente; el rechazo hacía que el ego de Rudy se anclara al suelo.
Es 1939, en una Alemania Nazi. El país entero tiene la respiración contenida. Y el dilema de dos almas adolescentes es un beso.
—No, Arschloch, no.
Su cansina voz opacó la verdadera y positiva respuesta.

***FOTOGRAFIA DE RUDY ANTE EL MONSTRUO DEL RECHAZO: ***
Pecas de lodo salpicaban su rostro. Su
pequeña y patética corbata daba las doce en punto.
Su cabello color limón apuntaba a diferentes direcciones con porfía.
Vestía una pequeña y triste sonrisa.

Un par de metros los separaba; un par de metros y una incomodidad áspera.
Rudy era un paradigma de la incertidumbre. Era casi imposible descifrar cuánto más empujaría el hecho de besar a Liesel, o si lo seguiría haciendo. Y eso, aterraba a Liesel.
En un abrir y cerrar de ojos, en una fría mañana en la Himmel Strasse, Rudy dejaría de reclamar el patético beso.
Sí, eso aterraba a Liesel.
—Algún día, Saumensch—susurró Rudy.
Los ojos de su amiga brillaron y su estómago bailoteó.
Saukerl—rió Liesel—. Si accediera, no tendrías los pantalones para hacerlo.

Algo golpeó dentro de Rudy, y por poco lo mandó de bruces.
Algo llamado verdad.
Había pasado tantas tardes ideando maneras de convencer a Liesel, y ninguna para aprender a besar.
—Por supuesto que sí—se burló con nerviosismo.

***NOTA MENTAL DE RUDY:***
Aprender a besar en cuanto llegara a casa.

Mientras caminaban hacia la casa donde Puño de Hierro la esperaba, Rudy se entretuvo contando las manzanas robadas. Liesel arrastró sus lodosos zapatos mientras rebuscaba en recónditos pasillos de su mente.
—Lo dudo—cantó Liesel tras un largo momento. Las palabras se escaparon pausada y claramente, desafiando.
—¿El qué?
—El que puedas besarme, qué más.

Rudy se encontraba desnudo de palabras.
Tomó una reluciente y aparentemente deliciosa manzana y se la lanzó a su amiga.
Sus orbes azules se ensancharon ante su inmadura reacción.

Liesel estalló en risas y echó su cabeza para atrás, haciendo que su cabello rubio se desparramara sobre su espalda. Lo sabía.
—Ya sabía que no podrías, Saukerl.

La fracción de segundo que le tomó a Rudy para asimilar la situación en la que se encontraba, hizo que el Jesse Owens que habitaba en él saliera a la superficie y tomara una bocada de aire.
Dio dos pasos a su derecha hasta chocar con el codo de Liesel. La tomó del hombro.
Sus nervios comenzaron a retorcerse.
Sus labios se unieron con los de Liesel de un solo golpe.
Su mente estalló en mil pedazos.
Se alejó de ella antes de que el reloj diera el segundo.

Liesel voló junto con su hermano muerto y regresó junto a Rudy en un instante. Su corazón galopaba como si hubiera corrido una maratón, y los rubios vellos de su nuca se erizaron.
—¿Eso fue lo mejor, Saukerl?—preguntó con sorna, luego de que su mente volviera a su lugar y sus pies se habituaran a la tierra—. Fue como besar a una pared.

No hubo respuesta.
Un ego herido se retorció en el suelo.

—¿Es así como agradeces, asquerosa Saumensch?
—No, Rudy, es así como acepto a que me beses —sacó su lengua y sus miradas se engancharon—, pero te lo advierto, Arschloch, aprende a hacerlo.

Rudy mordió su labio hasta llegar a casa.
Las puntas de sus dedos apretaron su pantalón hasta adormecerse.
La autosuficiente sonrisa del rostro de Rudy no se borró.

***TRES SECRETOS QUE TE SACARÁN UNA SONRISA :***
1. A Liesel le gustó. Le gustó bastante.
2. Liesel robaría el carmín de Mama en cuanto tuviera oportunidad.
3. Rudy Steiner besó su almohada toda la noche.

lunes, 7 de diciembre de 2009

El arte de bucear en el gran mar de la amistad

Para Ursula.
La amistad es tan complicada como una telaraña.
La desenredas poco a poco, con esmero y dedicación, hasta que un nudo te juega una mala pasada y se escabulle.
Das dos pasos para atrás, te echas el cabello fuera de los ojos, das un largo respiro; y desenredas el nudo. Sólo para encontrarte con otro más adelante.
Sonríes al pasar las finas hebras por tus dedos sin problema alguno. Avanzas con una grandísima satisfacción, para más tarde retroceder con una sonrisa aún mayor.
Tus nervios se disparan, luchas con tu subconsciente, ruedas los ojos, respiras con pesadez.
Ríes descontroladamente, lloras desmadejadamente, gruñes con la adrenalina golpeando tus venas, suspiras con el corazón en un puño.
Pero, nuevamente, pase lo que pase, desenredas el nudo y sigues adelante. Sigues adelante con una mano enredada en la tuya.
Una mano cuyo nombre sólo puede ser amiga.
La amistad es tan vasta como un profundo mar.
Buceas, tratando de llegar al suelo, pero fallas terriblemente. Intentas, tratando de lograr lo imposible: tocar la perfección con la punta de tus dedos.
Te topas con la amistad repetidas veces al año: le rozas el hombro, le golpeas el codo, le pisas el talón. Pero depende de ti el ladear el rostro, sonreír e intercambiar estrofas.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Érase una vez una niña que perdió el norte

No siempre soñé con ser escritora.
Jugar con palabras era ajeno a mí hasta los doce años. Fue en cuanto metí mis narices en los libros cuando todo comenzó a dar vueltas y vueltas, sembrando miles de inquietudes e interrogantes. Mi patética vida de adolescente dio un vuelco y en un abrir y cerrar de ojos, me encontré devorando libros sin tomar aliento. Encontré una puerta, y no dudé ni un segundo en cruzarla. La paz y tranquilidad que se encuentra tras los libros y la imaginación es el mejor remedio para los problemas.
Entonces, tras primaveras de lectura, me decidí. Sería escritora y cambiaría el mundo con sólo palabras. Sólo era cuestión de tomar la pluma, estirar el arrugado pergamino y escribir. Perderme en cada una de las vocales y más tarde, encontrarme en las torcidas tildes.
Y tan rápido como llegó el pájaro, éste se fue.
Estudiaré medicina.
Reiré con bisturíes y le confesaré mis más grandes secretos al estetoscopio. Guardaré mis palabras en una caja de cristal y la lanzaré al olvido. Pegaré mi frente al frío vidrio de las librerías y observaré con detenimiento las portadas de los libros mejor vendidos, mientras que los monótonos ensayos de genética molecular me esperarán en casa.
Y cuando haya tenido suficiente del esqueleto craneofacial y de la dermolipectomia circular, echaré todo al basurero. Encontraré mi pluma bañada por una fina capa de polvo y mi arrugado pergamino carcomido por las polillas.
Limpiaré las palabras con un pañuelo de seda y las abrazaré con todas mis fuerzas. Dentro de unos cuantos años, tal vez.